martes, 9 de mayo de 2023

LA ESCUELA CATÓLICA COMO PROPUESTA EDUCATIVA DEL SIGLO XXI

Por: Óscar Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC



La cultura actual está atravesando distintas problemáticas que provocan una difundida “emergencia educativa”. Con esta expresión nos referimos a las dificultades de establecer relaciones educativas que, para ser auténticas, tienen que transmitir a las jóvenes generaciones valores y principios vitales, no sólo para ayudar a cada persona a crecer y a madurar, sino también para concurrir en la construcción del bien común.

La educación católica, con sus numerosas instituciones educativas, ofrece una contribución relevante a la Iglesia en el proceso de renovación que nos propone el Papa Francisco, con el objetivo de forjar en los jóvenes y en la cultura los valores antropológicos y éticos que son necesarios para edificar una sociedad solidaria y fraterna.

“La educación católica es uno de los desafíos más importantes para la Iglesia, comprometida en la nueva evangelización en medio de un contexto histórico y cultural en constante transformación”, afirmó el Papa Francisco. De ahí que quiero retomar algunas características de la propuesta de la Escuela Católica para el siglo XXI.

1. Evangelizar en la escuela católica es apostar por una mejor educación

Para enfrentar creativamente el momento educativo actual, debemos desarrollar más y más nuestras capacidades, afinar nuestras herramientas, profundizar nuestros conocimientos. Reconstruir nuestro alicaído sistema educativo, desde el reducido o prominente lugar que nos haya tocado ocupar, implica capacitación, responsabilidad, profesionalismo.

Nada se hace sin los recursos necesarios, y no sólo los económicos, sino también los talentos humanos. La creatividad no es cosa de mediocres. Pero tampoco de “iluminados” o “genios”: aunque siempre hacen falta los soñadores y los profetas, su palabra cae en el vacío sin constructores que conozcan su oficio.

2. Evangelizar en la escuela católica es hacer de la escuela un lugar de acogida cordial

La orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas principales que dan forma a la vida, nos desafía a hacer de nuestras escuelas una “casa”, un “hogar” donde las mujeres y los hombres, los niños y las niñas, puedan desarrollar su capacidad de vincular sus experiencias y de arraigarse en su suelo y en su historia personal y colectiva, y a su vez encuentren las herramientas y recursos que les permitan desarrollar su inteligencia, su voluntad y todas su capacidades, a fin de poder alcanzar la estatura humana que están llamados a vivir.

La escuela puede ser un “lugar” (geográfico, en medio del barrio, pero también existencial, humano, interpersonal) en el cual se anuden raíces que permitan el desarrollo de las personas. Puede ser cobijo y hogar, suelo firme, ventana y horizonte a lo trascendente. Pero sabemos que la escuela no son las paredes, los pizarrones y los libros de registro: son las personas, principalmente los maestros.

Son los maestros y educadores quienes tendrán que desarrollar su capacidad de afecto y entrega para crear estos espacios humanos. ¿Cómo desarrollar formas de contención afectiva en tiempos de desconfianza? ¿Cómo recrear las relaciones humanas, cuando todos esperan del otro lo peor? Hemos de encontrar, todos nosotros y cada uno, los caminos, gestos y acciones que nos permitan incluir a todos y ayudar al más débil, generar un clima de serena alegría y confianza y cuidar tanto la marcha del conjunto como el detalle de cada persona a nuestro cargo.

3. Evangelizar en la escuela católica es hacer de la escuela un lugar de sabiduría

La escuela católica debe ser una escuela de sabiduría, como una especie de laboratorio existencial, ético y social, donde los niños y jóvenes puedan experimentar qué cosas les permiten desarrollarse en plenitud y construyan las habilidades necesarias para llevar adelante sus proyectos de vida.

Estamos frente a la urgencia inaplazable de formar para la contemplación y para la profundidad: estos dos valores son imprescindibles para dar el paso de los datos a la información y de la información al conocimiento, es decir, del mucho conocer a la sabiduría.

En pocas palabras, formar el criterio, la capacidad de análisis, la posibilidad del pensamiento crítico, de la duda metódica, de tomarse el tiempo para ingerir información digerirla en la contemplación y la reflexión, y usarla para comprender el mundo y sus relaciones, y poder comunicarse con los otros con un pensamiento propio, reposado, y argumentado.

Educar para la paciencia, educar para la rumia mental, educar despacio, cocer a fuego lento; como invita Joan Domenech Francesch (2009) en el “Elogio de la educación lenta”.

4. Evangelizar en la escuela católica es educar con testimonio

La escuela católica debe ser un lugar donde maestros “sabios”, es decir, personas cuya cotidianeidad y proyección encarnan un modelo de vida “deseable”, ofrezcan elementos y recursos que puedan ahorrarle, a los que empiezan el camino, algo del sufrimiento de hacerlo “desde cero” experimentando en la propia carne elecciones erróneas o destructivas.

Preocupémonos para que nuestros maestros, nuestros directivos, nuestros capellanes, nuestros administrativos, sean realmente buenos y serios en lo suyo. El espíritu es importante, pero también lo es la competencia profesional. No para caer en el mito de la “excelencia” en el sentido competitivo e insolidario en que a veces se presenta, sino para ofrecer a nuestra comunidad y a nuestros países lo mejor de nosotros, poniendo en juego a fondo nuestros talentos.

5. Evangelizar en la escuela católica es educar para la vida fraterna y comunitaria

Muchas instituciones promueven la formación de lobos, más que de hermanos; educan para la competencia y el éxito a costa de los otros, con apenas unas débiles normas de “ética”, sostenidas por paupérrimos comités que pretenden paliar la destructividad corrosiva de ciertas prácticas que “necesariamente” habrá que realizar. En muchas aulas se premia al fuerte y rápido y se desprecia al débil y lento. En muchas se alienta a ser el “número uno” en resultados, y no en compasión.

Pues bien, nuestro aporte específicamente cristiano es una educación que testimonie y realice otra forma de ser humanos. Pero eso no será posible si nos limitamos simplemente a “aguantar” las “lluvias”, “torrentes” y “vientos”, si nos quedamos en la mera crítica y nos regodeamos en estar “afuera” de aquellos criterios que denunciamos. Otra humanidad posible… exige una acción positiva; si no, siempre va a ser “otra” meramente invocada, mientras “ésta” sigue vigente y cada vez más instalada.

6. Evangelizar en la escuela católica es educar la inteligencia del corazón

La evangelización en la escuela debe comenzar insistiendo en la formación de la inteligencia del corazón de nuestros estudiantes.

Hemos insistido en la formación de la razón con normas y contenidos, llevando a nuestros niños y jóvenes a en enorme individualismo, convirtiéndolos en muchas ocasiones en seres indiferentes, emocionalmente fríos e incomunicados a pesar de tanta tecnología. Educar la inteligencia del corazón es retomar en la vida cotidiana de la escuela alguna experiencia humana frecuente, como la alegría de un rencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la compasión por el dolor ajeno, la inseguridad ante el futuro, la preocupación por un ser querido, etc.

7. Evangelizar en la escuela católica es formar para una conciencia crítica

La escuela católica debe formar jóvenes libres y responsables, capaces de interrogarse, decidirse, acertar o equivocarse y seguir en camino, y no meras réplicas de nuestros propios aciertos…, o de nuestros errores.

Y justamente para ello, seamos capaces de hacerles ganar la confianza y seguridad que brota de la experiencia de la propia creatividad, de la propia capacidad, de la propia habilidad para llevar a la práctica hasta el final y exitosamente sus propias orientaciones.

8. Evangelizar en la escuela católica es estar atento a los nuevos comportamientos de los jóvenes

Vivimos un profundo cambio especialmente en los niños y jóvenes, los cuales tienen nuevas sensibilidades y están en búsqueda de nuevas experiencias.

Tenemos urgencia de valorar las nuevas maneras de pensar y sentir de nuestros estudiantes, para aprender a encontrarnos con ellos, pues de lo contrario no sólo nos verán débiles en nuestros propósitos, sino que nos verán perdidos y hasta desorientados.

Por esto es necesario una pedagogía del encuentro que nos permita dejar de ser guardaespaldas y más bien compañeros de camino.

9. Evangelizar en la escuela católica es entrar en diálogo con las pedagogías contemporáneas

Este diálogo, tan urgente como necesario, pasa por una posición siempre crítica que explora la potencialidad de los paradigmas con las condiciones reales en las que se plantean las propuestas.

Si lo nuestro es hacer accesible la educación, promover los valores de la solidaridad, la justicia, y la dignidad, construir personas y formar ciudadanos, luchar por la equidad y las oportunidades para todos, entonces estos diálogos con las pedagogías contemporáneas son condición ‘sine qua non’ para remozar nuestras propuestas y plantear los proyectos contextualizados y que respondan a los más sentidos anhelos de los estudiantes, niños, jóvenes o adultos, como de las sociedades y grupos humanos donde llevamos nuestra propuesta.

La educación católica no solo debe ser consistente teóricamente y coherente metodológicamente sino explícita en sus medios y en sus fines. La educación integral que tanto pregonan nuestros proyectos debe ser diáfana en sus objetivos, clara en sus definiciones, en sus fundamentos epistemológicos, en sus metodologías y coherente en las mediaciones pedagógicas.

10. Evangelizar es formar para dar frutos y resultados

La escuela católica se propone provocar en nuestros jóvenes una transformación que dé frutos de libertad, autodeterminación y creatividad y -al mismo tiempo- se visualice en resultados en términos de habilidades y conocimientos realmente operativos.

Nuestro objetivo no es formar islas de paz en medio de una sociedad desintegrada sino educar personas con capacidad de transformar esa sociedad. Entonces, “frutos” y “resultados”.

11. Evangelizar en la escuela católica es construir un proyecto de pastoral educativa

Toda escuela católica debe promover el encuentro personal y comunitario con el proyecto de Jesús, en pro de la construcción del Reino de Dios en la escuela, mediante la valoración crítica de las culturas, el diálogo “fe-razón”, el impulso a una educación fundamentada en el evangelio y la formación de líderes comprometidos en la transformación de la sociedad.

Por esta razón, una Escuela Católica debe desarrollar dentro de su propuesta educativa una:

- Espiritualidad y mística;
- Pastoral infantil y juvenil;
- Pastoral vocacional;
- Pastoral para maestros;
- Pastoral familiar;
- Pastoral catequética;
- Pastoral para egresados;
- Pastoral para personal administrativo y de servicios;
- Pastoral social;
- Educación Religiosa Escolar – ERE;
- Evangelización del currículo; y
- Divulgación y autosostenimiento.

Para finalizar retomo la invitación que nos hace el Papa Francisco, a quienes trabajamos por la educación: “Educar es en sí mismo un acto de esperanza, no sólo porque se educa para construir un futuro, apostando a él, sino porque el hecho mismo de educar está atravesado por ella”.

Bibliografía 

- Revista Educación Hoy – CIEC. Francisco y la Educación. Bogotá: Julio-septiembre 2013.
- La alegría del evangelio. Texto íntegro de la Evangelii Gaudium del Papa francisco. Bogotá: Ediciones PPC, 2014.
- Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva. Instrumentum Laboris. Ciudad del Vaticano: Congregación para la educación Católica, 2014.